Una mañana te despiertas y no
sabes si las cosas serán igual, la incertidumbre corroe cada centímetro de tu
cuerpo, comienzas a sentir una presión en el pecho; cada momento se va
agudizando, hasta que piensas que ya no puedes respirar. No puedes emitir palabra
alguna, intentas hablar, tu cerebro sabe a la perfección lo que deseas decir,
pero no logras articular. Un sudor frío comienza a recorrer tu rostro, las
manos quieren hacer lo propio pero algo se los impide.
No hay nada que decir, cuando
las cartas están sobre la mesa, cuando la decisión fue tomada, cuando tu mismo
te ahorcaste con las palabras que emitiste en alguna ocasión por miedo a ser
herido. Pero ¿Qué es lo que realmente hubieras hecho?, ¿Hubieras podido ser
indiferente ante tal situación?. Me gustaría decir que estoy seguro, pero al
menos esta ocasión aprendí a no decir nada de lo que no estoy seguro. A cerrar
esta boca que así como tantas veces acerca, también sabe alejar la muy estúpida.
¿Cuántas veces no hemos dicho
lo que hemos pensado, o siquiera lo que hemos querido realmente decir?. Así
como las palabras matan, reaniman; así como el silencio reconforta, perjudica;
así como puedes ser la persona mas inteligente del mundo, y no poder actuar de
la misma manera. Quiero utilizar de esas palabras, de esas que no uso muy
seguido, de esas palabras que cortan el silencio; si el silencio: ese sonido
que consideras aberrante que entra a tus oídos, que intenta darte un mensaje, que
intenta mostrarte cuanto realmente han sufrido, cuanto desean que esto pare.
Estas palabras saben que han
hecho daño, saben que no han dado lo mejor de si, que intentan explicar pero no
saben ser entendidas. Estas palabras realmente quieren dar lo mejor de si,
quieren cruzarse con otras, quieren poder decirte todo, absolutamente todo.
Estas palabras solo quieren decir, que aman, que extrañan, que quieren ser
escuchadas por tus oídos, que quieren realmente llegar a tu alma, y nunca salir
de ahí.